Las tardecitas del Central Argentino empiezan a tener ese que se yo ¿viste?. Juega el Mitre de Vega. Salgo de casa, como siempre, apurado y paso a buscar a mis “bajitos”. Todavía con el guardapolvo arrugado en cada mano, se suben a esta ilusión supersport. Queremos ver si entre tanto penúltimo linyera y polizonte en el viaje a Venus logramos intentar la trágica locura total de revivir a Mitre. Parece que solo yo lo creo, pero no. En todo este tiempo ya somos muchos con las rayas celestes pintadas en la piel y esas tres "G": las de Ganar, Gustar y Golear, impresas a fuego en nuestro corazón. Dejamos el auto tirado en cualquier esquina, los maniquíes nos guiñan, los semáforos nos dan tres luces celestes y todos con una banderita de taxi libre en cada mano, nos trepamos al sueño de volver a sonreir.
Yo se que estoy piantao, piantao, pero ese Garay, loco lindo que se yo…De repente vuelve a ser el Diego de antes y despliega su magia como nunca antes. Y nos mira a todos, y saluda con los brazos en alto todo el tiempo, agradecido, porque otra vez se siente gorrión. Parece decirnos: “a vos te vi tan triste; vení, volá, sentí el loco berretín que tengo para vos”. Y los demás se le acoplan, y tiran tacos y enganches como en las inferiores. Y el Leo que corre por las cornisas con una golondrina por motor. De pronto, se vuelve wing que pisa el área para convertir. Pero sí además un tal Carena o Vera hacen un surco por la derecha y se devoran cuanto rival se le cruce en el camino, y Battán parece el central que falta en la lista de Batista (disculpen la exajeración), y el Javi recupera la memoria de aquel que pasó por las inferiores del celeste, y Pepino va y va, pisa el área, mete un tiro combado en el palo y un centro gol después, para que el Hernán, que cuando entra es capaz de matar un pelotazo copiando la delicada inercia del pétalo que vuela rendido a sus pies. Allí, en la puerta del área donde reina su empeine derecho entregándolo al abismo del escote del arco rival. Entonces, todo explota.
Hay una comunión colectiva en ese festejo especial del Hernán, la gente vibra, como hace años no lo hacía. Hay una energía en el ambiente que contagia. Una mística errante que quiere volver, de locos que inventaron el amor por el juego, por lo lúdico, por el toque. La que hace dudar a Maní sobre su retiro. Esa que amaga anochecer en su porteña soledad cada tanto, sin querer ver que el equipo abreva del sudor que él riega. Y si encima el Pato muestra destellos de calidad, es que hay un coro de astronautas y niños con un vals, bailándole alrededor para que sintonice. Y si lo poco que hay para reprochar es alguna salida en falso de Keteke, que después tuvo su revancha en los demás partidos (donde la rompió), me atrevo a una conclusión:
Si todo esto no es una distorsión óptica, si todos esos “oooles” se quieren prolongar, si esa sensación de que estamos comenzando a ver un Mitre diferente no es producto de mi ilusión y este delirio, es que alguien llegó con un poema y un trombón a desvelarnos el corazón.
Ya sé…la gente nos aplaude, y quieren convencernos que “la historia la escriben los que ganan”, nos subestiman. ¡Quién quiera ver que vea!. Esta historia tiene otra trama. No es la única, ni la verdadera, ni la mejor… ES LA NUESTRA.
La de la emoción, la estética y el futbol “arte” como escuela, empieza a provocar campanarios con su risa. Un Don Juan (Vega), 11 soldados y una niña (la pelota) nos dan ese contagio bailador. “Te alentaré desde el tablón, te quiero ver salir campeón...”. Mis bajitos enloquecen. Yo también. Quereme así piantao, piantao, no ves que va la luna rodando por Callao.