No es un domingo más, el aire tiene otro perfume, las cosquillas en la panza se hacen eternas y las risas saltan solas. Los silbidos entonan las canciones más lindas jamás escuchadas y allí está ella, planchadita esperando. La abrís y la volvés a observar, sentis su hermosura y la revoleás por encima de la cabeza, das unos saltitos y te sacás el buzo. Ahí está, calza a la perfección en tu cuerpo, te acaricia el alma esa camiseta celeste y blanca que deseabas ponerte, no te importa el sufrimiento, los malos momentos, la querés como siempre, como nunca antes.
Mirás el reloj y falta una eternidad, pero tus nervios se hacen notar en tu estómago. Hay un nudo que te parte el cuerpo en dos partes. Ella se ve cada vez más reluciente en tu pecho, si hasta ese escudo juega con los latidos de tu corazón. Se mezclan para hacerte sentir vivo, para que sientas y palpes lo que es la pasion.
No sos vos, es él. Es Mitre el que te lleva a esto, es el Celeste el que te devuelve el alma después de una semana de sentirte vacío. Ni el colegio, ni nada. El corazón no se divide, no se permuta, no se presta. Él sabe que la pasión es una sola, que siente con un sentimiento único e incomparable.
Las agujas se acercan al punto que deseas. Agarrás la bandera de palo y salís para la cancha. No hay mundo a tu alrededor, sólo voces que imaginás, que se multiplican por cientos y cuando te querés acordar estás como un loco, saltando en el medio de la calle, solo o con un grupo de amigos, con tu hermano o tu viejo.
Caminás y caminás. Cantás, vibrás, viajás en tu propio viaje de placer. Te transportás en la imaginacion que envuelve tu alma celeste. El fuego sagrado de tu pasión se alimenta con el paso del tiempo. Más fieles siguen tu camino, se suman a tus gritos, se entremezclan entre voces desaforadas que se sumergen en multiples sueños e ilusiones.
Ya estás ahí, la cancha se mueve, vibra, toma vida.... La piel se eriza, mirás el cielo a punto de soltar esa lagrima q contenes y agradecés este momento, como en cada partido, como cada vez que esperás que once camisetas celestes salgan a regar el césped de sudor. Ellos levantan los brazos, vos das tu reso y le agradecés a la vida por ser de Mitre. Inflás el pecho, le sonreís al del al lado y esperás el silbatazo inicial. No hay pasión más grande, no hay un sentimiento que pueda explicar este fenómeno. Sólo se sabe que se llama Mitre y que vos sos uno más de los Cientos que sienten lo mismo.
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